Los Estados Unidos de América son tierra de inmigrantes. Se puede encontrar gente de todo el planeta. Este país está comprometido con la libertad religiosa y, por lo tanto, ha abierto sus puertas a los partidarios de muchas creencias. Ha sido santuario para casi cualquier religión del mundo y la vasta mayoría de los norteamericanos dicen ser religiosos.
La libertad religiosa de Estados Unidos está reduciendo la distancia geográfica entre las religiones. En nuestros vecindarios vemos gente de diversos entornos religiosos. Pueden parecer diferentes, vestirse diferente, y estar acostumbrados a diferentes tipos de alimentos; sin embargo, son nuestros vecinos. Compran en las mismas tiendas que nosotros, trabajan en las mismas oficinas donde trabajamos, y sus hijos asisten a las mismas escuelas que los nuestros. Una vasta mayoría de ellos tiene los mismos valores familiares que los cristianos, y sus creencias éticas y morales son similares. Mucha de esta gente no cristiana parece ser feliz y estar satisfecha con sus prácticas religiosas. Muchos creen que pueden ir al cielo o incluso convertirse en dioses. Esto se convierte en un dilema para muchos norteamericanos religiosos. Sin embargo, el mensaje cristiano es único, y la gente de estas religiones divergentes debe tener la oportunidad de escucharlo. El problema es que la gran mayoría de esta gente nunca ha tenido oportunidad de responder al amor de Jesucristo. Pocos inmigrantes están expuestos al amor de Cristo y su Palabra.